Hay una frase muy común que
dice: “Un clavo saca a otro clavo”, pues valiéndome de esa frasecita, y cansada
de que Roberto aparezca de vez en mes; decidí instalar una de esas aplicaciones
para conocer gente, una que se llama “Mi media fruta” o algo así.
Una vez instalada la
aplicación en mi celular, subí mi perfil. Me puse de nombre Pamela, ya que sé
que no es bueno dar todos los datos verdaderos, porque en realidad no se sabe
con qué tipo de personas o locos te pondrás en contacto. De tanto poner “X” a
cada alternativa, finalmente encontré uno que calzaba con mis gustos y parecía
confiable. Al poco rato de darle aprobación al perfil del individuo, me llegó
un mensaje. Entre intercambios de saludos e información básica; decidimos
conocernos en persona. Hasta el momento solo sabía que él era arquitecto y
aficionado a la fotografía – otro fotógrafo más, ¡NO, POR FAVOR! -. La cita se
pactó en un cine cerca de mi casa.
Llegado el día, Emilio – así
se llamaba – llegó al cine como media hora antes que yo. Cuando yo subí las
escaleras, y entré al área del cine, vi a alguien totalmente distinto al que
salía en las fotos publicadas en su perfil de “Mi media fruta”, pero igual
parecía ser agradable. Ya estaba ahí, ni modo de hacerle un desplante. La
primera impresión que tuve, fue de alguien algo amanerado o mejor dicho
delicado; fue en ese preciso instante que recordé una frase que un amigo
ingeniero me dijo una vez: “La mayoría de arquitectos son algo delicados, nunca
salgas con uno”, pero preferí hacer caso omiso a ese consejo, y dejar que las
cosas fluyan.
Una vez en la fila para
comprar las entradas, él, amablemente, compró las mías y no dejó que yo pague
lo que me correspondía. Compró pop corn
y dos refrescos. La verdad, ni recuerdo que película vimos. Lo que sí recuerdo
es que tanto tenía en mente la frase esa del “arquitecto amanerado”, que yo no
dejaba de observar sus ademanes. Me intrigaba confirmar o no la veracidad de
esa creencia. Al final, decidí no darle vueltas al asunto; si le gustan las
mujeres y es amanerado, pues así es y ya. Era simpático, pero tan de mi gusto
tampoco.
Luego de unas cuantas salidas
más, para ser exactos digamos que seis veces más; él me dijo que yo le gustaba
y que quería intentar tener una relación de pareja conmigo. Tenía mis dudas,
por no decir hartas; pues mi corazón y mente no dejaban de pensar en Roberto,
pero al ver que el bendito flaco no daba señales de mayor interés, opté por
aceptar a Emilio. No puedo negar que era demasiado atento, muy respetuoso; pero
lo que empezó a fastidiarme un poco, era que quería verme casi a diario, y yo
quería mi espacio. Un espacio al que ya me había acostumbrado tener. Emilio agregó a mis amigas a su facebook; yo ya no tenía privacidad,
¡horror! El muchacho ya estaba invadiendo sumamente rápido mi vida. No voy a
negar que besaba bien, pero yo no sentía esa afinidad que se debía tener para
continuar con él. La gota que rebalsó el vaso, fue cuando luego de un par de
semanas, me dijo que me amaba. Yo, como comprenderán, no estaba en la misma
frecuencia, y no sentía lo mismo; pero mi error fue decirle “yo también”, pues
me daba algo de nostalgia ver su rostro con la expresión de incertidumbre y
tristeza, cuando yo no le respondía de la misma manera. Estaba siendo empática,
ya que yo ya había pasado esta situación con Roberto, y a ciencia cierta, no
quería que Emilio sintiera eso de parte mía. No quería ser “Roberta” y él
“Antonello”, ¡ja, ja, ja!
Pasaron tres semanas y yo
seguía asustada por el sentimiento que de él provenía.
Me presentó a su mamá en un
almuerzo que él coordinó, un día de semana. Yo fui, no tenía nada que temer.
Quizás conociendo a su madre, las dudas se iban a desvanecer, pero no sucedió
así. Al contrario, pues en medio de la conversación amena que estábamos
teniendo los tres, ella – la madre de Emilio -, le dijo que ya era hora de
presentarme a sus abuelos para que la cosa sea más formal. Fue ahí, justo ahí,
cuando en mi cabeza se presentaron una serie de imágenes; yo planchando, yo lavando,
yo cocinando, yo cuidando bebés, yo con las greñas sueltas, yo subida de peso; y
sin pensarlo dos veces, bueno no, lo pensé tres veces, y decidí acabar con esta
relación extraña. Es decir, que lo único que ahora quería era finiquitar esto que
estaba yendo demasiado rápido y, que en definitiva, no iba a congeniar con su
familia, y menos con él. No me sentía totalmente atraída por su físico, y
agregando a eso, su familia ya quería que él formalice, cosa que me sorprendió,
porque ni siquiera me conocían bien. En fin, luego de la cuarta semana, hablé
con él y le dije que yo no lo amaba, que jamás había sentido eso, solo que se
lo había dicho cual espejo, para que él no se sienta rechazado. Finalmente, se
vino venir lo que yo me merecía. Emilio me dijo unas cuantas palabras llenas de
cólera, impotencia, ira, que yo había causado; simplemente por querer “sacarme
un clavo con otro clavo”. Para ese entonces, el clavo llamado Roberto, seguía
intacto. Seguía siendo el único con el cual yo quería ese contacto
físico-espiritual. En lugar de haberme liberado de una carga, me llené de otra
mucho más negativa. Ahora, estaba cargando con los sentimientos nada buenos de
Emilio. Crean o no, esas energías
negativas que yo provoqué en Emilio, se regresaban cual karma hacia mí.
Así que ojo con hacer daño.
Actualmente, leo mucho de esos temas y créanme que jamás volvería a dañar a
alguien así, únicamente por el hecho de sentirme bien yo.
Realmente, nunca supe si esa
delicadeza y amaneramiento, eran por otro motivo. Tampoco lo sabré. Nunca tuve
el valor de preguntarle.
Luego de este mes, algo
turbulento, Roberto se dejó ver; por fin dio señales de vida. Como era de
suponer, yo, tontita, accedí a salir nuevamente con él; sabiendo que un dolor
futuro se veía venir.
Las mujeres somos tercas,
cuando nos dicen que algo no es para nosotras, ahí estamos. Imposible negar lo
innegable; yo estaba cegada por esa conexión cósmica que solamente Roberto
podía provocar en mí. Según él, la misma
conexión que él sentía conmigo. Su palabrería era: “Cuando estoy contigo,
percibo tu paz, tu tranquilidad y tu dulzura, todo eso provoca besarte y
abrazarte. Me podría quedar dormido a tu lado por días”. Ahora me doy cuenta
del mensaje subliminal que esa frase tenía. Realmente en el fondo el mensaje
era: “Cuando estoy contigo me siento amado, y eso me gusta. No te amo, pero mi
ego se llena cuando siento que tú sí me amas. Me podría quedar dormido a tu
lado por días, para que me mimes y me cuides; pero no para toda la vida”.
Así son las cosas, los seres
humanos somos demasiados complejos de entender. Sabemos que estamos haciendo
algo mal, pero siempre buscamos excusas para continuar con ello.
Roberto y yo, continuamos
saliendo. Yo, a sabiendas de la verdad; él pensando que yo era igual de libre y
práctica en cuanto a sentimientos se trataba.
Continuará en el Capítulo VII:
Sigo intentando Amar.
CJAT