¡Riiiing!, me levanté
de un salto de la cama; eran las 11 am, pero como suele suceder los días
domingos, a esa hora estoy aún en el país de los sueños. Me acerqué a mirar por
la rendija de la ventana que está junto a la puerta. No distinguía bien, o
mejor dicho no reconocía quién era el personaje que estaba parado frente a la
reja de mi casa. Grité desde lejos - ¿quién es? -. Una voz familiar respondió – Soy yo, Fernando, ¿ya no te acuerdas de mí? -. Yo seguía sin abrir la puerta, no creía que fuese él
después de dos años que supe nada de su existencia. Eran casi dos años de
extrañarlo. Lo único que logré saber de él, es que estaba en una relación con
una linda chica llamada Pamela, y fue por ello que no me animé a buscarlo otra
vez. Admito que luego que él se fue, nunca encontré alguien igual, siempre me
arrepentí de alejarlo de mi lado; pero en ese momento era una decisión vital
para mí.
Ahora que él está
tocando a mi puerta, el corazón se me acelera como la primera vez. Es increíble
que el sentimiento esté intacto por tanto tiempo. Es verdad eso que dicen que
cuando encuentras a la persona correcta, aunque se separen, en algún momento ésta
regresa.
Grité – ¡Ahorita salgo, espérame cinco minutos! -. Corrí, literalmente, hacia el baño. Me lavé la cara, me
mojé el cabello, me eché algo de crema hidratante en el rostro y un poco de
rubor para no parecer pálida, y salí a abrirle. – Hola Fernando – dije mirándolo como si fuese un sueño. - ¿Qué te trae por acá? – dije con cara de asombro. Él se acercó sin responder a
mis preguntas y me dio un abrazo de esos que te rompen los huesos, pero te
llenan el alma (siempre). Yo correspondí ese abrazo, y un par de lágrimas
salieron de mis ojos. Me las sequé sin que él se diera cuenta. – Entra – le dije sonriendo.
Cuando estuvimos
dentro, lo observé detenidamente; él ya no era, físicamente, el mismo de antes.
Ahora él tenía unos kilitos de más, unos cabellos de menos y unas arruguitas
agradables en el rostro; pero su mirada era la misma que me transportaba a otro
mundo, a su mundo. Lo volví a abrazar para saber si era verdad. Me contó que
había terminado con Pamela, porque nunca la pudo amar como me amó a mí; pero
que en realidad estuvo con ella para llenar el vacío que dejé cuando me fui. Me
pidió una explicación clara, del por qué me fui alegando que nuestras creencias
eran un obstáculo para estar juntos. Como yo ya me había recuperado de la
enfermedad que tuve, me animé a contarle el por qué para mí su creencia en Dios
y la fuerza de esa fe, en ese momento, debían de estar presentes en la persona
que estaba a mi lado.
-
“Fernando,
la razón por la que yo tomé esa decisión tan drástica, fue porque una semana
antes de nuestra última salida, yo había recibido una noticia no muy buena
respecto a mi salud. Como tú sabes, mi padre falleció de cáncer, algunos tíos
también y por ende yo era propensa a que se me manifieste. Me entregaron los
resultados de los exámenes que me había hecho. Esos análisis salieron
positivos. Me habían detectado cáncer de mama, y como creyente en mi Señor,
puse todas mis fuerzas en Él para poder superar lo que se me venía.
Cuando
tú me dijiste que ya no creías más en Dios, que tus creencias respecto a Él
habían cambiado y que no darías la oportunidad al posible cambio; las ganas de
contarte lo que me habían detectado se desvanecieron. No te sentía lo
suficiente fuerte para poder afrontar lo que se veía venir conmigo. Así que
preferí luchar con la ayuda de Dios, porque tú no ibas a poder hacerlo de la
misma manera conmigo. Ahora que estoy recuperada te lo cuento todo, sin temor a
que culpes a Dios de la enfermedad que me aquejaba.
En
fin, no quiero que te pongas triste, pues ya estoy bien”.
Fernando me miró con sentimiento de culpa
y me abrazó. Me pidió perdón. – No hay
nada que perdonar – le dije y le di besos en los ojos, tal como solía
hacerlo.
Yo sabía que él seguía sin creer en
Dios, y que tampoco quería conocerlo; pero aun así, decidimos juntarnos de
nuevo. Yo sentía que eso, que él manifestaba, era una forma de defensa para no
responderse tantas inquietudes que a veces son difíciles de explicar. Yo opté
por darle tiempo al tiempo. Yo siempre oraba por él, para que ablande su terco
corazón, pues yo lo amaba y yo sabía que él era bueno.
Pasamos unos 8 meses siguientes muy
felices. Las cosas estaban muy bien.
Una mañana me desperté con un fastidio
en el pecho. Pensé que era un dolor muscular, pues el día anterior había ido al
gimnasio. No le di importancia. El dolor persistió durante una semana. No le
conté de esto a nadie, solamente fui al médico y para sorpresa mía, me mando
a sacar nuevamente exámenes para descartar cáncer de mama. Mi corazón se
paralizó de miedo, las lágrimas cayeron suavemente y un enorme suspiro salió
desde el fondo de mi alma. Tenía que contarle a Fernando lo que estaba pasando,
pero no lo haría, sino hasta saber los resultados.
A los pocos días fui a recoger los
resultados, eran positivos. El médico me llamó al consultorio y me dijo lo
menos que quería escuchar. – Cathy tienes nuevamente cáncer, solo que
ahora ha hecho metástasis por algunas partes de tu cuerpo... y solamente te
quedan 3 meses de vida. No sé cómo puede haberse expandido tan rápido en ti,
pero ahora tú decides si tomas las quimioterapias o no, aunque para el grado
que está ya serían en vano -. Me derrumbé, pues Fernando y yo habíamos
hecho planes. Él iba a sufrir viéndome así. No regresé a casa sino hasta luego
de dos horas. Estaba pensando qué hacer para que él no sufra conmigo y verme
deteriorar tan rápido. Bastaba con mi tristeza. Así que tomé una decisión muy
dura, pero creo que era la más adecuada; lo iba a dejar ir de nuevo. Él era
joven y podía rehacer su vida, tener una familia, ser feliz.
Toda esa semana siguiente, mis actitudes
con Fernando cambiaron. Yo era fría, ya no lo abrazaba, ya no lo engreía. Era
la única forma que él piense que algo en mí estaba cambiando y así lograr que
se vaya alejando. Empecé a salir por las noches sin decirle a donde iba. Él
comenzó a creer lo que yo quería que crea. Yo quería que él piense que yo tenía
un romance con alguien más. Fue así que a las dos semanas, él me encaró una
noche y me dijo – Cathy has cambiado
demasiado, de un tiempo a esta parte, ya no eres la misma. Estás más lejana, ya
no quieres acariciarme. No me tocas, no te comunicas conmigo. Eres fría,
indiferente. ¡Quiero que me digas si me estás engañando! -. Mi respuesta
fue directa – ¡SÍ!– le dije. Dentro de
mí todo se estaba rompiendo, pero yo prefería que él crea que yo era una falsa,
infiel y demás, en lugar que se quede a mi lado y sufra al verme mal. Yo
prefería verlo feliz con alguien más que llorando mi partida y que culpe a Dios
de todo.
Fernando se fue de la casa, como era de
esperarse. Se fue odiándome, sin querer saber nada de mí, jamás. Me bloqueó de
todas sus redes sociales y bloqueó a todas mis amistades. Se desvinculó
totalmente de mí.
Estoy ahora en la clínica, luego de 8
semanas. Mi cuerpo está débil, mis ojos hundidos, mi piel reseca, mi belleza se
desvaneció, pero mi fortaleza permanece intacta, porque sé que me espera una
vida eterna en la que mi espíritu se regocijará en Dios.
Mi madre tiene prohibido avisarle a
Fernando que estoy acá.
Hoy ya no estoy presente, pero veo a
Fernando desde arriba, desde el cielo. Él es feliz, muy feliz. Tiene tres
hermosos hijos y una bella esposa. Y aunque en su momento no quiso creer, ahora
él es creyente y su matrimonio fue bendecido por el Padre.
Desde donde estoy, logré mi objetivo
final con Fernando. Logré que sea feliz y que crea en Dios...
FIN
CJAT